Ícaro

Ícaro

La poesía de Javier Marduk, o el «decir» que se juega en esta poesía, es pues en esencia un decir teofánico y un decir de lo teofánico. Ello no apunta a otra cosa distinta más que a un hecho fundamental: este decir se abre como el espacio donde la poesía acontece, siendo también la apertura de este espacio la luz de un evento fundamental. De ahí la importancia de la palabra alemana «ereignis» en la comprensión de este poética. La figura del Ícaro, con el drama mistérico que le es consubstancial, constituye la posibílitación incesante de ese decir que se desgaja en lacónicos fragmentos. Frente al exceso, o frente a lo exorbitante de esta experiencia del exceso, la poesía de Javier Marduk es paradójicamente la de una contención, o mejor, la contención siendo lo que determina formalmente la escritura, es en otro nivel, una fuerza interior, un punto donde la intención y la intensidad se compenetran, pero es también la sobria máscara que recubre el rostro del exceso. No es por lo tanto la desmesurada gesticulación lingüística propia de la poesía barroca y sus desbordamientos metafóricos lo que pone en juego esta poesía, sino que la contención es el gesto a través del cual se nos entrega un conjunto de visiones al interior de las cuales, sin embargo, el exceso es la experiencia a la cual asistimos, experiencia entendida como la correlación entre una epifanía del lenguaje y la epifanía de lo sagrado. 
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